Seminario: El Desafío de Articular Redes Sociales y Operaciones




La Di Tella Marketing Club y la Comunidad TIdt invitan a participar del Seminario abierto sobre  “El Desafío de Articular Redes Sociales y Operaciones”



Fecha: 
Jueves 19 de Julio de 19:00 a 21 hs
Las acciones en REDES SOCIALES o Social Media, que es donde se concentra el nuevo Marketing, deben estar enfocadas aun más que antes en forma integrada con todas las áreas y procesos de la empresa. La información sobre el consumidor que se encuentra en las Redes Sociales (data externa) puede ser de mucha utilidad para la toma de decisiones en distintos procesos del negocio (data interna: venta, fábrica, compras, etc.), incorporando como factor clave la información en tiempo real.

En el seminario “El Desafío de Articular Acciones en Redes Sociales y Operaciones” analizaremos:
  • Cómo obtener mejores resultados en acciones de Redes Sociales – A cargo de M. Soledad Balayan
  • El impacto del Social Media en las Operaciones Empresariales. Cómo alinear Sistemas y Procesos – A cargo de Susana Silberberg
  • Casos de Indumentaria y Agroindustria: Comportamiento del Negocio On line en Argentina. El impacto de las Redes Sociales. Tendencias. A cargo de Omar Vigetti
  • Caso Staples Argentina. A cargo de Carlos Maria Nielsen Niklison
Luego de las presentaciones habrá un debate abierto.

Oradores:
  • Omar Vigetti. Gte. Corporativo de Comercio Electrónico – Grupo Cañuelas – Especialista en Negocios Online
    Twitter: @ovigetti

Organizan La Di Tella Marketing Club y La Comunidad de TIdt
Coordinadoras: M. Soledad Balayan (Marketing club) y Susana Silberberg (TIdt)
Seguinos en Twitter: @marketingutdt
Contactarse con La Di Tella Marketing Club

De cómo se rellena el tiempo perdido

Venía leyendo en el tren. "Historia de la lectura". Voy por "Roma", digamos. Pero el pensamiento que se me ocurrió, mientras leía, tiene un carácter bien actual: pensé en que toda la mitología griega, esa que tanto ha admirado a nuestro "occidente" euro-determinado del que creemos formar parte, no hubiera existido si no hubiera sido posible para los autores de tragedias apelar a personajes de la tradición oral, de la religión popular, si no hubieran sido capaces de apropiarse de situaciones dramáticas y narrativas, si otros autores no hubieran podido continuar o retomar temas, contarnos lo que otros no habían contado acerca de los mismos personajes.


Es decir: la entera cultura griega no hubiera existido si una normativa de derechos de autor y propiedad intelectual hubiera impedido a una multitud de autores y comentaristas explorar (y explotar) personajes o situaciones en su carácter de enteros símbolos, como unidades de significación de un nivel superior, distinto de sus componentes, que se integraran en nuevas composiciones.


Pensé también que si limitaciones de propiedad intelectual como las que se impulsan hoy en día hubieran estado en vigor desde entonces, muy probablemente supuestos herederos de Sófocles, o detentores de la propiedad intelectual que podrían haberla comprado como quien compra una camisa a los que se la habían comprado a los que se la habían comprado a los herederos de los herederos de los derechos de Sófocles, hubieran hecho imposible a Freud crear el psicoanális basado en una metáfora como la de "Edipo" (o lo hubiera obligado a una perífrasis sin vigor expresivo: "Complejo de joven-rey-griego-que-descubre-tarde-que-ha-desposado-a-su-propia-madre").


Pensé también a quién carajo le importaría lo que yo estuve pensando.

amqs



No es que haya desaparecido. Es que he vuelto con amqs

Algo que, aunque usted no lo crea, viene a ser una especie de diálogo

"Reconoció ese tono exacto de gris que sólo los miserables pueden distinguir en un cielo de lluvia".

Es Onetti, condenando nuestro daltonismo, citado acá por Vero.

"-... ¿Cuál es el color de sus ojos?
-¿Se ha fijado usted en el color de la plata pulida cuando...?
Anoté ojos grises y me dí prisa en seguirle interrogando."

Es Dashiell Hammett, uno que nada que ver.

Homenaje a la filmografía de Kubrick


Stanley Kubrick - a filmography from Martin Woutisseth on Vimeo.

Cafés donde también se puede pensar


En esta página que ahora mismo no sé muy de dónde la he sacado, Ariel Rubinstein han hecho una selección de cafés alrededor del mundo en los que reina la tranquilidad, y por lo tanto se puede pensar. En ella aparece el Café Ruiz de Madrid. 

Shelter

 
 
 
I hate you so much... you're so so so much happy, and here I am... alone, and all I can get is some guy to try to stop this desire, just to hug him at night, and really imagine that those are your arms, those lips are your lips... most of the girls would think i'm so much lucky... but everytime i wake up beside him, my heart breaks because he isn't you.

Oh, dear... I hate you so much, you're killing me... you kill me every morning. You kill me every time I look at my face in his mirror and think: Don't worry... someday you'll find someone else.



Persiste la duda

La condición y naturaleza de aquellos que son como yo es conocida. Fue establecida con precisión y hartazgo de detalles en el siglo diecinueve. O lo que es lo mismo, vengo aquí a declarar que me considero decimonónico.

Ya la palabra “decimonónico” es, por lo bajo, grotesca. Una cuestión de sonoridad: “monónico”. Cierren los ojos y díganlo en voz alta. ¿Lo oyen? Repitan, repitan: “monónico”.

Nada serio puede estar asociado con ese sonido.

La cuestión es que estoy aquí, apartado del mundo, como el Duque de Orsini, rodeado de bellos instrumentos que vienen a ser, tal como establecen las normas decimonónicas, un énfasis.

El exceso de dedos en las manos o los pies, las jorobas, la pilosidad descontrolada, tal o cual rasgo animalesco, preferentemente garras, colmillos, orejas o rabos, una voracidad desmedida, la fuerza sobrehumana, una lujuria desatada, todo ello justifica un aislamiento estricto.

Y para que la monstruosidad sea cabal, estas bellas estatuas griegas, los óleos renacentistas, los bordados orientales deben adornar las estancias donde el monstruo descansa su ira o su frustración, donde espera la llegada de jóvenes vírgenes a quienes someter impiadosamente o de apolíneos héroes dispuestos a medir su fuerza y su valor con un desesperado.

Es así que, en pleno siglo XXI, he logrado rehuir un destino de fenómeno televisivo, ocultando mi naturaleza en esta villa italiana abandonada. Está demás claro que no puedo explicar cómo es que una onerosa propiedad de esta clase permanece desocupada, cómo es que no es explotada por empresarios del turismo. Aunque ahora que lo pienso, como tampoco puedo explicar las comidas que están siempre frescas, recién preparadas y servidas, a mi alcance en los variados comedores, tal vez deba considerar la hipótesis de estar siendo criado como un oso, un león, un tigre, un elefante, que vive una vida despreocupada tras los almohadillados barrotes de su jaula de oro.

¿Pueden haber acaso cámaras tras las cortinas? ¿Puede haber acaso un público detrás de los espejos?

La idea de estar siendo observado es insultante.

¿No merece acaso, cualquier homínido, en estos tiempos de derechos y agotadoras regulaciones de las relaciones entre los hombres, y las mujeres, claro, su precioso aislamiento que lo mantenga a salvo del escarnio y, sobre todo, la provocación que podría llevarlo a destruir todo lo que lo rodea?

Ya se sabe: no soy yo cuando me enojo.

Sin embargo, mi monstruosidad es generalmente pacífica. Echo con tristeza una ojeada a los espejos que abundan en esta estancia. Me devuelven la mirada de mis puros ojos azules, el rostro cánido, e imagino una multitud agazapada contra el cristal. “¡El monstruo llora! ¡El monstruo llora!”, dirá alguno, necesariamente una jovencita, una prepúber, una niña sensible.

Un hálito de compasión recorrerá al grupo. Podría entonces bajar la mirada, reflexivamente, pararme, recorrer a paso lento la suntuosa habitación. El público tras el cristal contendría la respiración, suspendidos a la espera de mi próximo paso. Me acercaría entonces al delicado bouquet floral que viste el mismísimo espejo desde el cual me espían.

“¡El monstruo se ha acercado! ¡Nos mira!”, dirá el guía mientras clavo mis ojos azules en la perspectiva vacía del falso azogue.

Levantaría mi mano deforme y con las larguísimas garras como dagas que brotan de mis puños atravesaría una delicada rosa blanca y la acercaría a mi hocico, para aspirar su perfume.

Aguzaría el oído en ese momento para percibir el quedo murmullo que la audiencia no podría contener. Confirmaría así su presencia.

Habría completado un digno número de monstruo sensible de Disney. Sin embargo, persiste la duda: no logro escuchar nada detrás de los espejos.

Podría, en cambio, soltar las riendas que refrenan mi ira. Hacer jirones las finas prendas que contrastan con mi piel escamosa y arrojarme como un torpedo contra las paredes, los cristales de las ventanas. Haría volar los jarrones y las porcelanas, destrozaría los óleos, reduciría a astillas los marcos de los cuadros, los muebles, despanzurraría almohadones.

Rugiría con la solemnidad amenazante de una manada de leones cuando la noche llega y anuncian la cacería o la cópula. El público tras los cristales sentiría miedo y pavor. El guía les hablaría de los blindajes y otras precauciones.

Mientras yo correría hasta los patios, intentando alcanzar los bordes de las altas cercas, el guía tocaría, con más deleite que preocupación, el dispositivo de alarma que tendría preparado para estos casos.

Una jauría de perros vendría a buscarme. Cebados con cocaína, me atacarían inmediatamente. El espectáculo sería apoteósico.

No quedaría un solo perro vivo. Sé que podría partirles los lomos, abrirlos con mis garras y dejarlos con las vísceras expuestas. Los patios quedarían inundados de la sangre de los perros y la del monstruo que, exhausto, se tiraría a descansar sobre el charco inmundo.

Nuevamente aguzaría mi oído para captar el indiscreto sonido de los aplausos que la audiencia extasiada, ebria de adrenalina, no podría contener.

Sin embargo, persiste la duda: no logro escuchar nada tras los espejos.

Cierro los ojos, presto atención. No logro escuchar nada, nada más que el rumor casi imaginario de la sangre en mis oídos. Así, con los ojos cerrados, percibo mi respiración. Presto atención a la tensión de mis músculos. Recorro mi cuerpo, los puntos donde mi cuerpo está en contacto con el suelo, las caderas, los omóplatos, el rabo.

Imagino mi corazón agitado, la sangre corriendo por túneles oscuros, llegando a los músculos extenuados, llevando el reparador oxígeno. Pienso en mi metabolismo acelerado, las vísceras, el alambique del estómago, los turbios intestinos.

Busco otra vez el afuera, pero aún no abro los ojos: extiendo las manos y hurgo en el charco de sangre: siento el líquido viscoso y ya frío.

¿Lo siento? ¿Es acaso ese temblor mi respiración? Y ese rumor en mis oídos, ¿es el paso de mi sangre o un zumbido cuya naturaleza no alcanzo a explicarme?

Tal vez sea que no es otro el mío que el triste destino de un monstruoso cerebro, sin cuerpo ni órganos, que vive en un laboratorio, flotando en un nutricio caldo de fluidos sintéticos, conectado a una computadora, condenado a imaginar silenciosamente una vida, aunque más no sea la de un cautivo, la de un fenómeno, la de una fuerza contenida.

Medios de comunicación mainstream

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Yoda

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Interesante gráfico sobre la presencia de helicópteros en las películas de acción

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Pedro Bravo, autor de La Opción B

© Juanjo Molina
¿Escribes siempre en el mismo lugar?

No. Escribo en un ordenador portátil que hace honor a su condición. Yo también hago honor a mi condición móvil y entre mudanzas y viajes, me resulta complicado escribir en un solo lugar. En mi casa de ahora tengo un despacho con dos enormes ventanas que dan a un cruce de calles, con lo que tengo dos puntos de fuga estupendos para perderme. También hay un montón de cajas de mudanza sin abrir y cientos de discos y unos cuantos libros. La mesa está llena de papeles. Sí, lo confieso, no soy un tío ordenado. Quizás por eso a veces me da por irme al salón, otras por escribir en la cama… La novela la escribí en un montón de sitios, en una casa anterior con una luz preciosa pero también en una casa familiar en Toledo con unas vistas de postal, en un hotel de Logroño, en Lisboa… Iba con la historia a cuestas así que escribía donde tocaba.

¿Escuchas música mientras escribes?

Escucho música mientras pienso, aunque no suene a través de ningún aparato, y escribir es pensar. O sea, que sí escucho música mientras escribo. La mayoría de las veces, incluso suena por un aparato, aunque no siempre. Según me dé. ¿Qué tipo? De la buena. O, al menos, de la que a mí me parece buena. “La opción B” es una novela que suena y que suena a punk de los 80, a Neil Young, a rock and roll, a electrónica de los 90. Al escribirla, la música era fundamental para ponerme en el tiempo y en el lugar de los personajes que, a través de esas músicas, se retrataban y se explicaban. Mientras te respondo a esta entrevista, estoy escuchando a un grupo de Barcelona que se llama Mujeres y a uno australiano que se llama Total Control pero puedo cambiar en cualquier momento de registro. Ya te contaré.

¿Sueles llevar un horario estricto? 

Durante la escritura de gran parte de “La opción B”, tuve la suerte –benditos finiquitos- de poder dedicarme casi a jornada completa a la novela. Me levantaba, hacía deporte y me ponía al teclado. Parada para comer, siestita y a seguir. Eso no significa escribir todo el rato, ya sabes, pero sí pensar todo el rato para escribir después. Y, como he dicho antes, me llevaba constantemente la novela conmigo, así que me pasaba el día tomando notas. Para otros textos, la hora es más o menos cuando puedo. Pero, puesto que estoy bastante liado con trabajos alimenticios que tienen algo que ver con la creación y, desde luego, me exigen estar hiperconectado, me viene mejor por la tarde o incluso en fin de semana, por aquello de la tranquilidad. Lo que no me suele gustar es la noche, en eso he mutado desde hace unos años.

¿Utilizas cuadernos para tomar notas o lo haces todo a ordenador? 

Utilizo de todo para tomar notas. Papeles sueltos, servilletas, el móvil, llamadas a mí mismo para dejar las ocurrencias en el contestador y, por supuesto, cuadernos. Tengo un montón de molesquines desperdigadas y llenas de notas diversas. No por fidelidad a esa marca, sino porque se ha convertido en algo casi inevitable. El ordenador también lo uso para tomar notas, por cierto. Y muchas veces se me ocurre algo antes de dormir, ya en la cama, y si no lo escribo no soy capaz de pegar ojo. Por eso tengo siempre algo a mano en la mesilla de noche. El resultado es que tengo un jaleo de notas de tres pares de narices y eso hace que la historia no vaya siempre por donde tiene que ir sino por donde la casualidad quiere que vaya. Lo cual, la verdad, me gusta.

Cuando estás muy metido en la escritura de un libro, ¿te cuidas a la hora de elegir las lecturas para que no te influyan?

Mmm, la verdad es que no sé si me cuido. Creo que no hago un ejercicio consciente de lo que debo o no debo leer sino que, como hago generalmente con las lecturas, me dejo llevar por lo que me apetece, por lo que me prestan, por lo que me recomiendan, por lo que cae en mis manos. Otra vez, por la casualidad y la vida misma. Recuerdo que durante la escritura de “La opción B” leí mucha novela negra. A Rankin, por ejemplo, que creo que no me influyó nada. Y a Markaris, que creo que sí. Me gustó mucho cómo retrataba Atenas en sus novelas. Yo ya había dado a Madrid y el resto de las ciudades de la historia, bastante presencia, pero Markaris seguramente influyó algo en eso. También leí, porque leo habitualmente, muchos libros de historia y política, de anarquismo, por ejemplo, y de antropología, y de ahí salieron cosas para la novela. Durante la reciente revisión y escritura de “Zona Prohibida”, un libro de reportajes periodísticos que publicaré dentro de poco en Quadrivium, me dejó mi hermana Paloma “La mujer de tu prójimo”, el impresionante libraco de Guy Talese sobre la revolución sexual americana en los 60, y coincidió con que muchos de mis reportajes y entrevistas son sobre sexo. Estaba ya todo prácticamente escrito pero me sirvió para alguna intro, citando las fuentes, claro. No vayamos a pensar mal.

¿Tienes alguna manía a la hora de escribir?

Creo que no. Bueno, intento estar alejado de redes sociales, emails y demás pero no es fácil. Y trato de estar sobrio. Escribir cogorza no suele ser una buena idea. Otra cosa son las ideas que salen en esos estados, que a veces no están mal. Pero siempre tienen que ser filtradas.

¿Tienes lecturas de descanso? 

Para mí, casi todas las lecturas son de descanso. Escribir es una cosa intensa, como trabajar, y leer es una pausa, un viaje, unas vacaciones. Hablo de leer novela, claro. Hay otras lecturas que dan más trabajo, pero siempre es un placer.

¿Cómo es tu biblioteca personal? 

No sé si merece la pena. A ver: son varias estanterías en el salón y en el despacho. Y algunas cajas también. No tiene nada de glamour literario, la verdad. De hecho, procuro desprenderme de libros de vez en cuando y quedarme sólo con los esenciales. El saber, efectivamente, ocupa mucho lugar.

¿La tienes ordenada de alguna manera?

Pues sí. Novela de españoles o de habla hispana. Novela del resto del mundo. Ensayos (y dentro de esto, por categorías). Tebeos. Viajes. Periodismo.

¿Eres fetichista con el libro como objeto?

No mucho, la verdad.

¿Qué casa de escritor te hubiera gustado visitar o has visitado y te ha fascinado?

Uf, no sé… Las de Hunter S. Thompson o William Burroughs, por ejemplo, por pasar un rato delirante. Lo mismo que no soy fetichista con el libro como objeto, tampoco lo soy con el escritor como sujeto.

¿Te molesta que se doblen las páginas, que se arrugue el lomo al abrirlo demasiado, subrayas, anotas en sus páginas…?

Doblo las esquinas de las páginas para señalar algo aunque no lo subrayo, con lo que no siempre encuentro lo que he querido señalar.

¿Tienes algún tesoro en tu biblioteca? Primeras o raras ediciones, dedicatorias…

Lo que más se puede acercar a eso que dices son unos tebeos de Marvel editados por Vértice. Eran un desastre de edición, con las viñetas mal maquetadas y sombreadas pero me los dio mi tío Jose cuando era pequeño y forman parte de mi educación, que al principio fue más de cómic que de libros. Tengo el primero número de “Los vengadores”. Lo recuperé después de ver la peli y me reí un buen rato con lo que ha hecho el paso del tiempo con el Universo Marvel. También tengo número de la Codorniz y tal. Libros dedicados tengo algunos de amigos.

¿Tienes algún rincón especial en tu casa para leer?

Lo mismo que escribo en cualquier lado, leo donde puedo. Tumbado en la cama antes de dormir o recién levantado. Tumbado en el sofá (vaya, van a pensar que me paso el día tumbado). Me encanta leer en los aviones y en los viajes en general. No puedo hacer una bolsa de viaje sin dos o tres libros y si, por lo que sea, me olvido de ellos, me los compro. No entiendo a la gente que se traga un vuelo de ocho horas mirando al asiento de enfrente.

¿Lees poesía? 

No leo poesía, lo confieso. Lo curioso es que sí me gusta escribirla. Sonetos, como ejercicio. Y otras cosas bastante más frikis y libres como forma de expresión. Eso sí, escucho muchas canciones, ¿vale eso como leer poesía?

¿Me podrías hacer un canon de libros?

Jo, vaya preguntita. La verdad es que no me atrevo. Te puedo decir libros que me gustan pero un canon me parece una cosa muy seria y que un tío como yo, que soy un lector asubolista, no debería hacer. Te cuento que me “Las aventuras de Kavalier y Klay”, de Michael Chabon, me pareció cojonudo. Que “2666”, de Bolaño, es mucho más que una novela. Que ”Alta fidelidad”, de Nick Hornby, fue un puntazo en su momento. Que “Anna Karenina” es tela marinera. Que acabo de leer a Carlos Zanón y me parece la leche. Que Chaves Nogales tiene al menos tres libros que son inolvidables. Y así podría seguir un rato, aunque mi memoria me falla ahora mismo y por eso paro. Pero, como ves, no es nada canónico. Si alguien quiere hacerme caso, que sea en plan recomendación de amiguete.

¿Hay algún clásico con el que, por alguna razón, no hayas podido?

“Rayuela”. Lo he intentado dos o tres veces y nada. No le echo la culpa a Cortázar. Ni a mí. Supongo que no era el momento. Creo que todo tiene su momento. Bueno, casi todo.

¿Qué clásico que sabes que vas a disfrutar no has leído aún?

Muchos pero no te sé decir. Siempre he sido un lector desordenado y poco académico y me faltan un montón de clásicos. Muchísimos. Como me lea la señorita Pura, mi profe de Lengua y Literatura, me baja las buenas notas que me puso.

¿Hay algún tipo de libros que nunca leerías?

Sospecho que muchos. Novela romántica, autoayuda, libros de leyes… Curiosamente, tengo un problema con libros de política y sociología actual, de esos que analizan los fallos del sistema, la necesidad de cambio, etc. Como yo estoy en las mismas, me suelen regalar algunos pero no puedo con ellos. Creo que lo que me pasa es que son análisis que yo ya tengo asumidos y que, por eso, me suenan muy oídos y me aburren.

¿Cuándo viajas escribes?

Es casi inevitable. Viajar es escapar de la rutina y del trabajo, aunque el viaje sea de trabajo. Y la cabeza se pone en marcha. Y salen un huevo de ideas que voy apuntando en libretas (lo mismo que no puedo viajar sin libros, no puedo viajar sin libretas). La mayoría de esas ideas acaban olvidadas en esas libretas pero, por ejemplo, buena parte del planteamiento y la estructura de “La opción B” salió de dos viajes: uno a Málaga y otro a Lisboa. De hecho, hasta viajar en metro y en autobús me sirve para encender el fuego.

¿Te has encontrado alguna vez en un mercadillo o librería de viejo alguno de tus libros?

No me ha dado tiempo: he publicado mi primera novela hace un mes. Y los otros libros en los que he participado no creo que lleguen jamás a un mercadillo.

¿Has coincidido alguna vez con alguien por la calle o en el metro, leyendo uno de tus libros?

No, pero el otro día me llamó un amigo para decirme que había visto a una chica comprando mi libro. ¿Sirve? Lo que sí he visto es a gente leyendo artículos míos en prensa. Pero supongo que eso tampoco vale. Por cierto, la chica era amiga mía también, así que supongo que no sirve.

¿Libro en papel o digital? ¿Tienes Kindle o algún tipo de lector electrónico?

Me han regalado un Kindle los reyes magos y lo uso. Y lo usaría más si las editoriales y Amazon y compañía no fuesen tan zopencos como para poner los malditos libros electrónicos a 14 euros. No puedo entender que, viendo la ruina a la que han llevado decisiones así a las industrias de la música y el cine, lo hagan aún peor. Me gusta el papel pero los aparatejos tienen ventajas: son más eficientes y consumen menos materia prima y ahorran mucho espacio. Eso sí, no puedes prestar los libros, otra vez por las estúpidas políticas de la industria, y aquí vuelvo a meter a Amazon y compañía, que tienen tanta culpa como las editoriales.


Quién mejor que él mismo para definirse y resumir su trayectoria:

Periodista y escritor. He sido guionista de tele, crítico de música y traficante de titulares. He conseguido cobrar de El Mundo y de El País, del ABC y de La Razón (aunque nunca a la vez). Actualmente, colaboro en algunas revistas y ofrezco contenidos de postín a todo tipo de organizaciones. Soy codirector del festival de electrónica audiovisual Rec Madrid. Y tengo una primera novela, La opción B, publicada en Temas de hoy.

También puedes seguirle en twitter: @pedrobravo y leer su blog

Silencio

No voy a decir la pavada de que el silencio sea algo malo porque para silencio el de los cementerios. El silencio es la parte, me parece a mí, más importante de la música.

Por eso, porque este blog está en silencio desde hace bastante (y eso no es ni malo ni bueno: simplemente es), encuentro ahora un motivo para tomar la palabra: desde hace unos días, Blogspot decidió imponer el silencio a Toy Enojau.

Toy Enojau ha hecho un gran, enorme, valiosísimo aporte a la cultura, a romper la idea de que sólo valen los blockbusters, de que música es Lady Gaga.

Como sabemos en la pampa, siempre llega un momento para ir con la música a otra parte.

Y allí, ser libres de elegir, si queremos, y sólo si queremos, el silencio.